LA INFANCIA DEFINE NUESTRA PARENTALIDAD

Aprendemos a vernos como nos ven las personas importantes para nosotros.

Cuando nos preguntamos cuáles son los valores que observamos en nuestros progenitores, muchas veces recordamos algo que durante nuestra infancia se repetía en su patrón de conductas.  Modelos que suelen transmitirse a través del aprendizaje y que suponen para nosotros una influencia, positiva o negativa, lo que, en el futuro ya como adultos, hará que a veces nos sorprendamos actuando de una forma similar a ellos

Cuando somos pequeños lo vemos todo a través de los ojos de nuestros padres y, aunque existe un peso de nuestro carácter que siempre corre a cuenta de la genética, la relación que establecemos con ellos influirá y mucho en nuestro temperamento. Este equilibrio entre ambiente y herencia biológica dará forma a nuestro desarrollo emocional

Las expectativas influyen en la crianza

Al crecer, y ya como padres, vemos a nuestros hijos a través de ciertos filtros, que no son sino aquellas normas, creencias, valores y conflictos que marcaron ese desarrollo emocional.  Nuestra infancia mediará en la paternidad generando unas u otras expectativas que se presentarán incluso durante el propio proceso del embarazo (también las circunstancias, evolución de la gestación y estado de la madre tendrán parte activa en estas).

Desde que nuestro hijo nace y comienza su crecimiento, recibe multitud de impresiones a través de nosotros en relación a su autoimagen y el mundo que le rodea. Un tono de voz, un gesto, una sonrisa, se convertirán en indicaciones suficientes de lo que como padres nos gusta, de los miedos y preocupaciones que podemos tener.

El lenguaje: vehículo para la autoimagen

A través del lenguaje verbal y no verbal transmitiremos lo que sentimos, lo que pensamos. Así, podremos ayudar a nuestros hijos a identificar sus propias emociones. Sin embargo, si al frustrarnos respondemos con ira o agresividad será esa forma de actuar la que los niños verán que han de repetir. Lo que digamos y hagamos siempre es de suma importancia: hemos de ser conscientes de que lo que transmitimos refleja realmente lo que queremos. Las críticas repetidas, por ejemplo, podrían hacer que nuestros hijos se sientan como aquello que estamos señalando que deben reflejar en su autoimagen

En resumidas cuentas, cuando hablamos de la formación de nuestra identidad aprendemos a vernos tal y como nos ven las personas más importantes para nosotros. Al principio son los padres; después la familia extensa y la escuela; por último, el grupo de amigos. Todos ellos serán elementos imprescindibles en la construcción de nuestro yo.

              Nuestros hijos en su primera infancia desean ser como aita o ama. Son por tanto las primeras personas con las que se identificarán lo que dota de gran importancia a todos nuestros comportamientos (muchas veces aprendidos a la vez de las conductas de nuestros padres): les ofrece información sobre cómo reaccionar ante las cosas. Asimismo, influye en su relación con los demás.

¿De qué manera podemos comprender mejor a nuestros hijos?

Entendamos las expectativas y deseos que depositamos en nuestros hijos y que son nuestras: puede que estemos exigiendo cosas que no sean acordes con sus gustos, edades o personalidades. Seamos congruentes entre lo que les pedimos a ellos y lo que nosotros hacemos (comer sano, horarios de pantallas o dispositivos móviles, tener las cosas ordenadas o gritar…)

Cuidemos nuestro lenguaje hacia nosotros mismos y hacia ellos: demos el espacio adecuado para la expresión; ayudemos a que aprendan cómo desenvolverse en el mundo que les rodea: digamos lo que sentimos, no caigamos en contradicciones. En definitiva, observémonos, reflexionemos sobre cómo reaccionamos y expresamos nuestras emociones. Pensemos en nuestro comportamiento: ¿nos gustaría modificar algo, mejorarlo, dejarlo de hacer? No será sencillo, pero nunca es tarde para proponernos un cambio. Desde Psicokide estaremos encantados de ayudarte.

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