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Cuando perdemos a un ser importante; aunque la muerte sea esperada; siempre hay una cierta sensación de irrealidad, de que esto en verdad no ha sucedido. Un maremágnum de sentimientos se vuelca en nosotros, haciéndonos sentir que somos incapaces de superar la pérdida. Dentro de estos sentimientos surgirán los más problemáticos, como el enfado hacia el fallecido por habernos dejado solos; la culpa por tal vez no haber hecho más en vida; la ansiedad ante los retos que se nos presentan (a fin de cuentas nos preguntaremos ¿Quién soy yo ahora? ¿En qué soy diferente de cuando él/ella estaba?); la impotencia (pues la muerte es un hecho irreversible); o la soledad.

Pero, ¿Cómo podemos ayudar a hablar de ello? Es lo que trataremos de sintetizar a través de cuatro tareas básicas implicadas en el proceso del duelo, ya que al final, la elaboración de la pérdida suponer afrontar y reestructurar los pensamientos en torno a la persona fallecida; y estas tareas (con un trasfondo de participación y activación), nos ayudarán en el objetivo.

TAREA I: ACEPTAR LA REALIDAD DE LA PÉRDIDA

            Duele, hemos de afrontar plenamente la realidad de que la persona ha muerto, se ha marchado y no volverá. El reencuentro es imposible, al menos en esta vida. Llegar a este paso conlleva tiempo, ya que no sólo implica la aceptación intelectual, también la emocional. La creencia y la incredulidad se intercalan mientras se resuelve esta tarea. En ocasiones, los rituales tradicionales (como pueden ser los funerales), nos ayudarán a encaminarnos hacia esta aceptación.

TAREA II: TRABAJAR LAS EMOCIONES Y EL DOLOR DE LA PÉRDIDA

            Es necesario reconocer y trabajar este dolor o se manifestará a través de síntomas u otras formas de conductas desadaptativas. No todo el mundo experimenta el dolor con la misma intensidad ni lo siente de la misma manera, pero es imposible perder a alguien a quien se ha estado profundamente vinculado sin percibir cierto nivel de dolor. Negarlo conlleva no sentir: el idealizar al difunto/a, o evitar a través de consumos indebidos (drogas, alcohol…etc.) las cosas que nos traen su recuerdo, son algunas de las maneras con las que evadimos cumplir esta tarea. Debemos procesar todos los sentimientos asociados; no sólo el dolor o la tristeza, también, y como ya hemos mencionado, la angustia, ira, culpa  y soledad.

TAREA III: ADAPTARSE A UN MEDIO EN EL QUE EL FALLECIDO YA NO ESTÁ

            Hay tres áreas en las que debemos adaptarnos:

  1. Externas: Cómo influye la muerte en nuestras situaciones cotidianas. Muchas veces comienza 3-4 meses después de la pérdida, implica, por ejemplo: asumir el vivir sólo, o educar a nuestros hijos en soledad, enfrentarse a una casa vacía o afrontar la economía por cuenta propia. No solemos ser conscientes de todos los roles que el fallecido desempeñaba en nuestras vidas hasta que ya no está.
  2. Internas: Cómo influye la muerte en la imagen que tenemos de nosotros mismos. A veces mediará en la sensación de tener algún control sobre lo que nos ocurre, o de eficacia personal. Al principio, el intentar cumplir con los roles del fallecido puede hacernos dudar sobre nuestra capacidad de ejecución.
  3. Espirituales: Cómo influye la muerte en nuestras creencias, valores y los supuestos que tenemos sobre el mundo. La pérdida suele poner en duda: 1) Que nuestro mundo sea un lugar benévolo; 2) Que éste tenga sentido; 3) Que seamos importantes dentro de él. Aun así, no todas las muertes desafían a nuestras creencias; algunas se ajustan a lo que esperamos y confirman nuestras ideas. La muerte conforme a lo que se espera de una persona anciana tras una vida bien vivida sería un buen ejemplo de ello.

TAREA IV: RECOLOCAR EMOCIONALMENTE AL FALLECIDO Y CONTINUAR VIVIENDO

            Hemos de encontrar un lugar para el difunto que nos permita a los “supervivientes” estar vinculados con él, pero de un modo que no nos impida continuar viviendo. Esto puede obstaculizarse cuando mantenemos el apego del pasado en vez de continuar formando otros nuevos. Reubicar no significa olvidar, significa reasentar; y en muchas ocasiones supone un bloqueo el pensar lo mencionado en primer lugar.

            El duelo es un proceso fluido en el que oscilamos entre una preocupación por la pérdida y los sentimientos; y el centrarse a la vida sin la persona fallecida.

Hemos de aceptar el escenario para poder afrontar el impacto emocional de la pérdida, y para esto el vehículo conductor ha de ser la comunicación. Ya en Macbeth,  Shakespeare dijo “El dolor que no habla cierra el corazón sobreexcitado y le hace romperse”.

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